Discurso Día del Maestro
Voy a decirles una verdad de Perogrullo. ¿Qué es una verdad de
Perogrullo? Es algo obvio, que no hace falta decir porque todo el mundo
lo sabe. Pero hoy en nuestro día yo tengo la necesidad de compartir con
mis alumnos, con las familias y con mis compañeras y compañeros de
trabajo una verdad obvia. Acá va: los docentes somos seres humanos.
Tenemos 206 huesos, un hígado, un corazón, un cerebro, espina dorsal.
Respiramos oxígeno, nos alimentamos, tenemos hijos, somos tíos, votamos,
vamos al baño (sí, vamos al baño y hacemos lo primero y lo segundo).
Somos seres humanos porque nos emocionamos, nos enamoramos, nos
enojamos, nos gusta la música y bailar (aunque algunos seamos
francamente muy malos haciéndolo). Tenemos gustos e intereses muy
diversos; a algunos nos gusta el mate, otros odiamos la mayonesa. En
fin, somos tan seres humanos como cualquiera. Y como cualquier ser
humano somos seres políticos, “animales políticos”, como pensaba un
griego. Zoon politikon, nos llamaba Aristóteles en su lengua porque
había nacido en el Reino de Macedonia y que ¡oh, casualidad, había sido
docente! Aunque en esa época no se usaba delantal blanco.
Ser un
animal político es parte de nuestra naturaleza. Y eso no quiere decir
que andamos diciendo a quién hay que votar y a quién no. La política,
digámoslo para ser bien claros, no es sólo hacer campaña y elegir
representantes. Política es tomar posición ante la realidad y saber qué
lugar ocupamos en la sociedad y que lugar queremos ocupar, y saber
también qué tipo sociedad queremos, por lo tanto, qué tipo de escuela
queremos: si queremos que en nuestra escuela y en nuestros hospitales
puedan entrar todos los seres humanos o sólo los que se parecen por
fuera o por origen a nosotros.
Les voy a confesar qué escuela me
gusta a mí: me gusta la escuela que no discrimina a nadie, la escuela en
donde puedo escuchar a mis alumnos hablando guaraní, quechua, aymara,
castellano, me gusta que los colores de piel de los que estamos acá sean
todos distintos, me gusta que algunos coman asado o chuño, que algunos
escuchen tango y otros rock y otros chamamé. Me gusta que la escuela sea
gratuita, que la financie el estado y nadie más, que se pueda ingresar a
ella por el sólo hecho de vivir en la Argentina, que los docentes
ingresemos a ella porque tenemos los méritos suficientes para hacerlo.
No me gusta la escuela que elige a los chicos que pueden pagar una
cuota, no me gusta la escuela que elige a los maestros porque piensan
parecido a los dueños de la escuela, no me gusta la escuela que
discrimina porque uno no cree en dios y otro sí.
Y me gustan los
maestros que opinan, que no se callan si creen que su escuela, la
escuela pública, esa escuela que hacen todos los días se está cerrando
arbitrariamente desde este o aquel gobierno. Voy a ser más claro: la
escuela no es de ningún gobierno, la escuela es pública, es de los
chicos, de los docentes y de las familias. A ellos como docentes les
debemos todo nuestra capacidad para enseñar, a nadie más.
Por
último, quiero decir, y repetir, que los docentes hacemos política todos
los días en la escuela: cuando decimos que la conquista española fue un
genocidio contra nuestros pueblos originarios y no un encuentro
pacífico de culturas, cuando preferimos que los niños aprendan a pensar
qué es lo que hacen cuando dividen 23 por 8 en vez de enseñarles a
llegar al resultado correcto como si fuesen calculadoras, cuando les
leemos un poema de Federico García Lorca y les contamos que a este poeta
lo mató una dictadura por pensar, querer y actuar distinto: hacemos
política. Nos paramos frente a la realidad de una manera para
compartirla y enseñar a interpretarla. Y, ojo, si hacemos lo contrario,
si nos callamos por miedo al “qué dirán”, si enseñamos a pensar como
calculadoras, si creemos que somos neutrales, también hacemos política.
Por todo esto, estas palabras van dirigidas como un gesto, como una
mano tendida y solidaria a los maestros y al auxiliar de la Escuela n°3
DE 18 “Monte Castro” que el gobierno desplazó de sus cargos por pensar
distinto, por no quedarse callados cuando se cerraban grados de la
escuela pública, por ser políticos y sobre todo por ser profundamente
humanos.
Hernán F. Boeykens Larrain
Maestro de Grado
FC 397.545
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